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Del campo al ladrillo verde; por qué el cáñamo ya se usa en bioconstrucción

En los últimos años, el cáñamo industrial ha dejado de ser visto únicamente como un cultivo agrícola para convertirse en una de las materias primas más versátiles de la bioeconomía europea. Su fibra y su cañamiza —el núcleo leñoso del tallo— están siendo redescubiertos por arquitectos e ingenieros que buscan soluciones sostenibles en un sector de la construcción cada vez más presionado por los objetivos climáticos.

Uno de los materiales que más interés está generando es el conocido como hempcrete, una mezcla de cañamiza, cal hidráulica y agua. A diferencia de los hormigones tradicionales, no se utiliza como elemento estructural, sino como aislante y relleno en muros, forjados o cubiertas. El resultado es un material ligero, con una notable capacidad de transpiración y un comportamiento térmico que contribuye a reducir la demanda energética de los edificios.

Las ventajas no se limitan al aislamiento. Al ser un material poroso, regula la humedad interior y ayuda a mantener un ambiente más estable, algo especialmente valorado en rehabilitaciones de viviendas antiguas donde los problemas de condensación son habituales. Además, durante su vida útil almacena dióxido de carbono, actuando como un sumidero que compensa parte de las emisiones asociadas a la obra.

España, donde el cáñamo ha vuelto a cultivarse en distintas comunidades autónomas, comienza a ver los primeros proyectos que emplean bloques y paneles derivados de esta planta. En Cataluña y la Comunidad Valenciana ya se han documentado rehabilitaciones en las que el cáñamo ha servido para mejorar la eficiencia energética sin perder el carácter original de los edificios. Estas experiencias se suman a las que se llevan a cabo en otros países europeos, donde el uso del hempcrete está más consolidado en viviendas unifamiliares y proyectos de arquitectura ecológica.

El interés en la bioconstrucción con cáñamo se enmarca en una tendencia más amplia que incluye bioplásticos y biocomposites destinados a sectores como la automoción o el diseño industrial. La construcción, sin embargo, concentra buena parte de las expectativas, ya que supone uno de los mayores retos en la transición hacia una economía baja en carbono. Según el reglamento europeo sobre cáñamo industrial, el cultivo de esta planta cuenta con un marco normativo específico que respalda su desarrollo en la UE, y cada vez más países impulsan su aprovechamiento en la edificación.

En este escenario, los proyectos europeos de bioconstrucción con cáñamo ofrecen ejemplos concretos de cómo la cañamiza se convierte en aliada de arquitectos comprometidos con la sostenibilidad. Aunque aún quedan desafíos normativos y de escalabilidad industrial, la trayectoria es clara: lo que antes fue un cultivo olvidado está encontrando en los muros y aislamientos de las ciudades una segunda vida.

Un futuro donde los productos y materiales derivados del cáñamo conectan el campo con la arquitectura sostenible y abren la puerta a un ladrillo verde cada vez más presente en el paisaje urbano.

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